22 de febrero de 2010

Promesa...

...para la literatura del futuro.
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Deleitense.

Sin título 2

Yo, como una buena serpiente, voy a asecharte sigilosamente, y sin que puedas verme, voy a trepar por tu pierna, saboreando con mis escamas cada centímetro de tu piel. No te resistas, no lo vas a poder evitar. Luego de disfrutar cada poro con mi lengua, voy a enroscarme por cada pliegue de tu cuerpo en una mortal caricia hasta que te clave mis colmillos y me meta dentro de tu humeda herida sangrante para arrastrarme por tus interiores.

Incandescente

Después de que mi perro me echase de mi propia casa, me fui a vivir a un charco. Era un poco incomodo porque estaba en el poso de una calle transitada y no era muy amplio, con lo cual no podía mudar todos mis habituados objetos.
Los primeros días me sentí muy solo, extrañe mi antigua casa y hasta mi perro, pero luego conocí a dos renacuajos muy particulares. Uno de ellos era artista, o eso decía él. Se dedicaba a salpicar la calle con gotas del charco, formando figuras extrañas que duraban un par de minutos. El otro era policía, por las noches salía del charco para deambular por la ciudad. Este no me caía del todo bien, me miraba raro y siempre estaba de mal humor.
Los días en el charco a veces se hacían muy largos. No había muchas cosas que hacer y éramos pocos. Para divertirme jugaba a la rayuela con Roberto, el renacuajo artista, o hablaba sobre la ciudad con Miguel, como él era policía, siempre tenía anécdotas que contarme. Pero no duró mucho, una mañana me di cuenta de que a mis renacuajos amigos les estaban creciendo brazos y piernas y no tardarían mucho en irse del charco. Me prometieron que vendrían a visitarme, pero lo dude, ellos tendrían su nuevo mundo y se olvidarían de mí.
Y después de un tiempo se fueron, estaban gigantes y ya casi no los reconocía. Roberto salpicó por última vez la calle y me dedicó su arte, y Miguel me dio algunos consejos como que me lavara las manos antes de comer o que no toque los enchufes cuando este mojado.
El charco se hizo más aburrido, esperaba todos los días su visita, pero nunca venían. Hasta que Miguel apareció, sin Roberto, solo Miguel. Se quedó en la orilla del charco, mirándome. Ya era otro, estaba totalmente cambiado, pero seguía teniendo esa mirada de siempre. Me acerqué más para preguntarle por qué Roberto no había venido, pero vi su boca abrirse, vi su lengua estirarse, atrapándome y llevándome para él.

Formación de una piedra roja y mi propia piedra roja.

Al nacer nuestros corazones son piedras grises de forma esférica o cúbica, dependiendo de la persona. Con los años esto no varía. Sigue con la singular forma, no extraña por si sola, pero si cuando se habla de un corazón. Como si nada pasara, el órgano sigue haciendo la función de bombear sangre negra a todo el cuerpo, pero lo único que desea es poder verse como toda persona cree que es verdaderamente un corazón, rojo y con una patética pero simpática forma, con dos ondulaciones que se juntan formando una saliente. Esta metamorfosis no llega hasta la adolescencia o en otros casos la adultez, donde se puede sentir la pasión del amor. Cuando la otra persona ama sinceramente a este corazón, los cariños y mimos lo tallan, hasta darle la clásica y popular forma. Una vez completado este proceso, la sangre se tiñe de rojo y el corazón aumenta su tamaño y late con más énfasis que nunca. Pero dedica todo ese énfasis en la otra persona, y se enorgullece de llamar a ese sentimiento amor.

El otro día sentí algo dentro de mi, no supe lo que era y lo ignore. Pero empecé a toser y termine por escupir mi corazón. Al no tener sangre volvió a su color grisáceo normal, pero pude darme cuenta de qué tan bien tallado estaba, con su tradicional forma de corazón.
Este es el fruto de tu amor, un corazón bien formado, y por eso quiero regalártelo. Aquí está. Este es, y lo dejo en tus manos.

Final del recorrido.

Desde el comienzo del vagón pude distinguir una gran mancha obscura sobre un asiento. No tenía forma alguna y tampoco se movía, con lo cual no podía distinguir de qué se trataba.
Seguí caminando. El vagón parecía no terminar nunca, pero a medida que me acercaba, la mancha se hacía más clara. Ahora podía distinguir la cabeza de lo que probablemente era un hombre. Tenía cabellos negros y muy descuidados, al igual que sus prendas. Estaba acostado en los últimos asientos, solitario.
Me inspiro la curiosidad y decidí avansar. Una vez parado frente a él, pude observarle el rostro. Sus rasgos, como grietas que solo las lágrimas saladas podían llenar y sus ojos marrones, ocultos tras unas cejas gruesas, me miraron, con mucha seguridad.
Y dijo, mientras los túneles subterráneos de la ciudad de Buenos Aires seguían tragándose al metro y a mi se me erizaban los pelos del pavor. Dijo, cuando no había nadie en las calles, y sus pupilas no me dejaban en paz, dijo, mientras todos los sonidos a mí alrededor se desvanecían y yo quedaba solo frente a este extraño. Dijo: Bienvenido a mi mundo, este es mi espacio y este es mi tiempo, sin gente, yo solo en esta ciudad, Te estaba esperando, eres la única visita que tengo desde hace muchos años. Estas aquí para conocer la otra verdad. Aquí, el tiempo es diferente, se hace el loco y hace lo que quiere. Las agujas del reloj se mueven en sentido contrario al normal. El futuro antes que el pasado y el presente luego del futuro, aquí el tiempo me domina. Pero, agrega astutamente, solo en el metro me puedo dar cuenta, porque viajar en metro es como estar metido en un reloj. Las estaciones son los minutos, comprendes, es ese tiempo de ustedes, de ahora; pero yo sé que hay otro, y he estado pensando, pensando, pensando...
Una bocina interrumpió al sabio hombre, de repente, el metro se lleno de gente y el vagabundo desapareció. Escuché a alguien diciendo por el altavoz: Estación terminal, final del recorrido.

4 de octubre de 2009

Inhumano

No puedo saber qué año es, tampoco donde estamos, todo eso se perdió. La codicia irrefutable del hombre lo llevó a una de las catástrofes más anticipadas de la historia.
Al parecer, una sociedad secreta, en busca de poder, tuvo el delirio de inventar una máquina monstruosa, capaz de generar un agujero negro en cualquier parte del planeta, de tamaño suficiente como para absorber todo un país, pero evitando destruir el mundo. Esta máquina tuvo al principio propósitos científicos, pero cayó en malas manos y terminó por perder el control. Pocos países pudieron sobrevivir, y la mayoría de ellos cayeron en gobiernos autoritarios, por miedo a que los ataquen desde dentro.
Yo vivo bajo uno de ellos. Trabajo para el único diario de mi país, controlado por ese gobierno. Ellos mienten mucho cuando algo no les conviene, y yo soy el encargado de poner esas mentiras en el papel. Es un trabajo difícil, ya que hay que competir contra la televisión y no siempre hay noticias mentirosas para los dos medios. Cada día este problema se vuelve peor, ya que la televisión se populariza más y más.
Luego de pensar con cuidado una solución a este problema en una reunión con mis compañeros de trabajo, se me ocurrió una idea, un poco drástica, pero eficaz. No se lo podía contar a nadie, necesitaba actuar en solitario y de forma delicada. Salí de la reunión y volví a mi departamento. Cerré las persianas, prendí las luces y comencé a idear mi plan.
Los domingos no hay televisión, así que salí a la calle como cualquier día, tomé el subterráneo con toda normalidad, bajé a las afueras de la ciudad, caminé dos cuadras al igual que cualquier persona y de forma totalmente inocente, derribé la puerta de una casa, no era una casa elegida al azar, era una casa muy bien elegida.
Subí las escaleras y, seguro de mi mismo, abrí una puerta. Dentro un hombre, el que buscaba. Tranquilo, le inyecté una jeringa llena de, nada, solo aire. Se desplomó sin quejarse y cayó al suelo, muerto. Por suerte él vivía solo, no hacía falta corroborar si era otra persona, así que volví a mi casa, sabiendo que era un día normal en una ciudad desalmada.
A la mañana siguiente y luego de mucho tiempo, llegó a la oficina del periódico el portavoz del gobierno, anunciando la triste pero salvadora noticia mentirosa de que el presidente de la cadena televisiva había muerto de un paro respiratorio en su casa, así que la televisión no podría seguir transmitiendo. Intenté mostrarme sorprendido, tal vez triste, pero no pude evitar en lo más dentro, festejar la eficacia de mi siniestro plan.
Ese día tuve mucho trabajo, la noticia había dado para escribir varias páginas. Gracias a la caída de la televisión, el país estaba leyendo el diario.
Probablemente en otra época, en las que la justicia era ciega, yo hubiese sido un asesino, me habrían encerrado y hasta torturado, pero en estos tiempos hay que matar para vivir, yo no soy un asesino, yo solo soy un trabajador.
Seguí con mis notas en el diario, pero no mucha gente importante moría bajo este gobierno y su implacable seguridad. Tal vez en sus comienzos, pero no ahora que ya está instalado. Otra vez yo no tenía nada que escribir. Y necesitaba muertes que impactaran al lector, un público sediento de sangre. Noticias que me llevaran a la cima, y se me ocurrió la misma solución, matar para poder vivir.
Pero esta vez sería un asesinato excéntrico, nada de cuchillos, los asesinatos misteriosos dan mucho que escribir, y más cuando son morbosos, tienen acertijos o pistas ocultas. Sería una buena oportunidad para ganar reputación, todos leerían el diario, y esa noticia saldría en primera plana. Entonces, busqué a alguien importante, alguien con poder. Y se me ocurrió, ese hombre nunca me cayó bien, ni sus propuestas, ni sus promesas, ni su cara de cerdo burgués obtuso, despilfarrando la grasa de esa papada de sapo obeso. Me dirigí a la casa del encargado de justicia del gobierno, a aplicarle una dosis de lo que el interpretaba por justicia, ya que nunca hizo su trabajo, no como yo, que mato por el mío.
Los únicos inconvenientes en la ciudad eran las nuevas cámaras de vigilancia, y los guardias de seguridad, ellos recorrían las calles en busca de inocentes e inventaban una excusa para sacarles el dinero y matarlos. Desde el asesinato del presidente de la cadena televisiva, el gobierno se puso en defensa. Pero era bastante simple, ir a la casa del encargado de justicia sin levantar sospechas. Así que salí, una vez más domingo, una vez más media noche, cuando la ciudad dormía y nadie podía escuchar a la muerte derribando la puerta.
La fachada de la casa era monumental, se nota a simple vista que aprovecha su cargo para ganar algunos billetes extra. Pero por suerte no había ningún guardia, así que rompí una ventana del fondo y entré.
Por dentro era mejor todavía, pero yo había venido a matarlo, no a observar la belleza de su mansión. Entonces recorrí los pasillos, escondiéndome tras las sombras de los objetos. Hasta que lo encontré, en el baño, tratándose de quitar lo corrupto con agua y jabón. Creo que improvisando surgen las mejores ideas, y eso ocurrió. Busqué en mi bolso, lo único que necesitaba era un poco de ácido. Al volcarlo en el tanque de agua pasó camuflado hasta la ducha, donde se impregnó en su piel y le comió la carne hasta los huesos.
Fue uno de las imágenes más placenteras que vi en mi vida, esto significaba un trabajo gordo, por mucho tiempo. Seguramente en otra época me hubiesen llamado morboso, pero en estos tiempos el morboso es el gobierno, un gobierno en contra de la cultura y la educación.
Salí del baño, la escena del crimen, atravesé el vestíbulo y entré en el pasillo, donde me encontré con una sorpresa. Un diabólico perro me esperaba contra la pared. Con sus rojizos ojos fuera de órbita y sus afilados colmillos, me amenazaba y cada vez, de a poco, se me acercaba más y más. Hasta que empezó a correr, intenté moverme, pero estaba paralizado por el terror. Pude ver esos colmillos acercándose metro a metro por el pasillo, manchando las rojas paredes con hilos de baba y espuma. Cerré los ojos y afronté lo inafrontable. Me corrió por todo el cuerpo un terrible calor, como si fuera electricidad. Abrí los ojos y ví la babosa saliva del perro mezclándose con la sangre, mi sangre, escabulléndose por mi brazo derecho, donde la bestia se aferraba con sus terroríficos dientes.
Aunque no sentía dolor, mi reacción fue agitar el brazo, y luego pegarle con el otro al perro hasta que se dio por vencido y huyó por el pasillo a la última habitación.
Salí de la casa en busca de un refugio donde poder sanar la herida de mi brazo, con lo cual me dirigí a mi departamento, el único lugar seguro en esta ciudad.
Me desperté con un dolor terrible, supuse que venía del brazo y me preocupó solo pensar en una infección o algo por el estilo, pero no podía ir al hospital, allí me registrarían y no puedo permitir eso, no mientras esta herida fue causada mientras asesinaba a alguien. Así que me lavé bien el brazo y fui a trabajar al periódico, allí estaban todos, callados y sin decir ni una palabra. Me di cuenta de que el mensajero del gobierno no había anunciado la noticia todavía, así que lo esperé. Pero nunca llegó.
Lo llamé por teléfono, preguntándole si había alguna noticia para mí. Me dijo que sí, pero que todavía la estaban investigando, parece que había pistas importantes para hallar al asesino. El caso estaba bajo un inspector, uno muy reconocido. No tardaría en averiguar la verdad.
Tenía que hacer algo pronto, y ya era obvia la solución, cometería otro asesinato antes de poder dar la noticia del anterior.
Como ya es tradición, un domingo a la medianoche, salí a la calle, pero esta vez tendría que esconderme mejor, cada día el gobierno refuerza más la seguridad.
El camino hacia la casa de mi próxima víctima fue tortuoso, tuve que refugiarme en callejones oscuros y detrás de cestos de basura. Duró mucho más de lo que esperaba. Pero llegué. Era un edificio común y corriente, entré y subí las escaleras hasta su departamento. Para mi sorpresa, la puerta estaba abierta, y sin pensarlo dos veces entré.
No había ni una luz, estaba en penumbras. Caminé unos pasos y terminé por chocar contra un objeto, no sé lo que fue, pero me hizo tropezar. Sentí el frió piso contra mi cara, ese frió me corrió por todo el cuerpo hasta la punta de los pies, pero luego me helé al sentir un arma contra mi cuello. Las luces se prendieron, lo que me hizo tropezar fue un hilo atado al contorno de la puerta. El inspector me había puesto una trampa. Y ahí estaba él, apuntándome con su pistola. Miré a mí alrededor, no había nada, ninguna salvación, estaba perdido, me habían atrapado. Lo miré, casi me pongo a llorar, sabía que me encarcelarían y me torturarían hasta matarme. Pero siempre hay una esperanza, bajé la mirada y me di cuenta de que él estaba parado sobre una alfombra. En un movimiento rápido tiré de ella, y el cayó al suelo. Pero pudo reaccionar, apretó el gatillo. La bala terminó por impactar en mi hombro izquierdo. Me levanté y salí por la puerta hasta llegar a mi casa, nunca corrí tan rápido, por que ahora sabían que yo era el asesino, y no descansarían hasta atraparme.
Comencé a escribir una nota para el diario, no para el encargado de justicia, tampoco para el inspector. La única opción era esa.
Y escribí, cuando terminé la envolví en un sobre y la mandé al diario, firmada por mí mismo.
A la mañana siguiente, todos pudieron leerlo: “Hoy el periódico recibió un golpe, desde hoy ya no se leerán más muertes en el diario, hoy se mató en su departamento el reportero encargado de escribirlas.”

Comienzo...

...o fin?
Principio o término?
Inicio o desenlace?
Origen o conclusión?
Entrada o salida?