22 de febrero de 2010

Final del recorrido.

Desde el comienzo del vagón pude distinguir una gran mancha obscura sobre un asiento. No tenía forma alguna y tampoco se movía, con lo cual no podía distinguir de qué se trataba.
Seguí caminando. El vagón parecía no terminar nunca, pero a medida que me acercaba, la mancha se hacía más clara. Ahora podía distinguir la cabeza de lo que probablemente era un hombre. Tenía cabellos negros y muy descuidados, al igual que sus prendas. Estaba acostado en los últimos asientos, solitario.
Me inspiro la curiosidad y decidí avansar. Una vez parado frente a él, pude observarle el rostro. Sus rasgos, como grietas que solo las lágrimas saladas podían llenar y sus ojos marrones, ocultos tras unas cejas gruesas, me miraron, con mucha seguridad.
Y dijo, mientras los túneles subterráneos de la ciudad de Buenos Aires seguían tragándose al metro y a mi se me erizaban los pelos del pavor. Dijo, cuando no había nadie en las calles, y sus pupilas no me dejaban en paz, dijo, mientras todos los sonidos a mí alrededor se desvanecían y yo quedaba solo frente a este extraño. Dijo: Bienvenido a mi mundo, este es mi espacio y este es mi tiempo, sin gente, yo solo en esta ciudad, Te estaba esperando, eres la única visita que tengo desde hace muchos años. Estas aquí para conocer la otra verdad. Aquí, el tiempo es diferente, se hace el loco y hace lo que quiere. Las agujas del reloj se mueven en sentido contrario al normal. El futuro antes que el pasado y el presente luego del futuro, aquí el tiempo me domina. Pero, agrega astutamente, solo en el metro me puedo dar cuenta, porque viajar en metro es como estar metido en un reloj. Las estaciones son los minutos, comprendes, es ese tiempo de ustedes, de ahora; pero yo sé que hay otro, y he estado pensando, pensando, pensando...
Una bocina interrumpió al sabio hombre, de repente, el metro se lleno de gente y el vagabundo desapareció. Escuché a alguien diciendo por el altavoz: Estación terminal, final del recorrido.

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